You are currently viewing Los hábitos se contagian: educa con el ejemplo desde casa

Los hábitos se contagian: educa con el ejemplo desde casa

¿Qué tipo de modelo estás siendo?

Antes de seguir leyendo, párate un momento y pregúntate:

  • ¿Dices que no usen pantallas mientras tú ves la tele o revisas el móvil?
  • ¿Te quejas de que no ordenan, pero tienes tu escritorio hecho un caos?
  • ¿Les hablas de emociones, pero tú nunca nombras las tuyas?
  • ¿Pides que lean, pero tú no has abierto un libro en meses?

Si has respondido “sí” a dos o más, no te preocupes. Estás en el lugar correcto para empezar a mejorar.

¿Te has preguntado por qué tu hijo o hija grita, usa tanto el móvil o evita responsabilidades?

Quizás no es rebeldía… sino imitación. No importa cuántas veces digamos “haz esto” o “no hagas lo otro”. Si lo que ven en casa contradice lo que oyen, ganará siempre el ejemplo.

Los niños y niñas no aprenden con discursos. Aprenden observando. Y copian lo que tú haces, no lo que tú dices.

Este principio es clave en la crianza consciente. Porque los hábitos, las emociones y hasta las creencias sobre uno/a mismo/a se contagian emocionalmente. Por eso, en lugar de repetir normas, es más efectivo revisar cómo estamos actuando delante de ellos y ellas.

¿Por qué el ejemplo educa más que las palabras?

Desde que nacen, los niños y niñas aprenden por imitación (modelado). Copian gestos, tonos de voz, rutinas, expresiones y reacciones emocionales. Esta forma de aprendizaje es más poderosa que cualquier discurso.

Ejemplo incorrecto:

“¡Deja de gritar, que ya te he dicho mil veces que no se grita!”

¿Qué aprende el niño o la niña? Que se puede gritar para imponer una norma. El mensaje verbal (no grites) se contradice con el comportamiento real (gritar).

Ejemplo correcto:

“Vamos a hablar con calma. Me está costando, pero prefiero respirar antes de enfadarme.”

¿Qué aprende? Que se puede sentir enfado sin perder el control. Que se pueden gestionar emociones de forma sana.

Áreas clave donde el ejemplo es fundamental

1. Hábitos alimentarios

Lo que no funciona:

“Cómete el brócoli, que es sano” mientras tú cenas pizza o comida rápida delante de tu hijo/a.

Lo que sí funciona:

Comer lo mismo, juntos, sin pantallas, y comentar lo rica que está la comida. Mostrarse abierto/a a probar alimentos nuevos.

Por qué importa:

Los hábitos alimentarios no solo afectan a la salud física, también determinan la relación emocional con la comida. La coherencia genera confianza y motivación.

Acción práctica:

Haz que tu hijo/a participe en la compra y preparación de las comidas. Sentirá que forma parte de las decisiones y valorará más lo que come.

2. Uso de pantallas y móvil

Lo que no funciona:

Criticar que tu hijo/a no se despega del móvil mientras tú estás en Instagram o WhatsApp durante la cena.

Lo que sí funciona:

Establecer momentos sin tecnología, como cenas sin pantallas o una hora libre de móviles antes de dormir.

Por qué importa:

El abuso de pantallas interfiere en el desarrollo cerebral, en el sueño, en la atención y en la salud mental. Los hijos e hijas copian los hábitos tecnológicos que ven en casa.

Acción práctica:

Acuerda una “zona libre de móviles” en casa (como el comedor o los dormitorios) y cumple tú también esa norma.

3. Gestión emocional

Lo que no funciona:

Decir “no llores” o “no pasa nada” cuando tu hijo/a está triste, molesto/a o frustrado/a.

Lo que sí funciona:

Validar las emociones: “Veo que estás triste, ¿quieres que hablemos?”. Compartir también tus propias emociones: “Estoy cansado/a, voy a descansar un poco para sentirme mejor”.

Por qué importa:

Reprimir emociones daña la salud mental. Los niños y niñas aprenden a regularse emocionalmente viendo cómo lo hacen los adultos.

Acción práctica:

Usa frases como “yo también me he sentido así” o “me pasa algo parecido” para normalizar las emociones.

4. Responsabilidad y esfuerzo

Lo que no funciona:

Pedir a tu hijo/a que haga la cama mientras tú tienes tu habitación desordenada. O exigirle que termine sus tareas cuando tú dejas las tuyas a medias.

Lo que sí funciona:

Ser ejemplo de responsabilidad: cumplir tus obligaciones, recoger lo tuyo, reconocer cuando algo cuesta y seguir adelante.

Por qué importa:

La constancia no se impone: se contagia. Y los adolescentes, aunque no lo digan, detectan muy rápido la incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Acción práctica:

Haz una lista con responsabilidades por edades. Involucra a tu hijo/a en tareas del hogar y refuerza el esfuerzo, no solo el resultado.

5. Relación con el cuerpo y el autocuidado

Lo que no funciona:

Hablar mal de tu cuerpo, hacer dietas estrictas constantemente o quejarte de tu aspecto delante de tus hijos/as.

Lo que sí funciona:

Promover el movimiento como forma de disfrute, hablar con respeto del cuerpo propio y ajeno, y dar valor al descanso y al autocuidado.

Por qué importa:

La autoestima corporal se forma en casa. Si un niño o una niña ve que su madre o padre se cuida sin obsesión y sin juicios, lo normalizará como parte de una vida sana.

Acción práctica:

Realizad juntos/as alguna actividad física semanal que os guste (pasear, bailar, hacer yoga…). No como castigo, sino como bienestar.

¿Y si tengo malos hábitos? ¿Es tarde para cambiar?

No, nunca es tarde. Tus intentos por mejorar también educan. De hecho, enseñar que los adultos cometen errores y buscan soluciones refuerza la resiliencia en tus hijos e hijas.

Ejemplo positivo:

“Antes me enfadaba muy rápido, pero estoy intentando respirar antes de reaccionar. Cuesta, pero me ayuda a sentirme mejor.”

Este tipo de mensajes enseña que cambiar es posible, que los errores no te definen y que la salud emocional se construye con pequeños pasos.

Salud mental familiar: el beneficio invisible del buen ejemplo

Cuando los adultos son coherentes, regulan sus emociones y cuidan su bienestar, el hogar se convierte en un entorno emocionalmente seguro. Esto protege a los niños y niñas frente a:

  • Ansiedad
  • Baja autoestima
  • Dificultades académicas
  • Problemas de conducta

No se trata de ser perfectos. Se trata de ser coherentes, humanos y presentes.

Checklist: compromisos desde hoy

Hoy me comprometo a:

  1. Observar mis propios hábitos antes de corregir los de mi hijo/a.
  2. Nombrar al menos una emoción mía al día en voz alta.
  3. Cenar sin pantallas.
  4. Aceptar mis errores y hablar de ellos.
  5. Hacer una acción saludable que me gustaría que mi hijo/a copie

Conclusión: tus actos son la lección más poderosa

Los hábitos no se predican. Se contagian.

Tus hijos e hijas no necesitan que seas perfecto/a, sino coherente. Lo que haces cada día tiene más impacto que cualquier sermón o castigo.

Educar con el ejemplo no es solo enseñarles cómo vivir. Es demostrarles que vale la pena intentarlo.