Vivimos rodeados de pantallas, notificaciones, apps educativas y vídeos que prometen enseñar colores, números o idiomas en tiempo récord. En medio de todo eso, madres, padres y educadores intentan hacerlo bien ofreciendo lo mejor y protegiendo para el futuro digital.
Pero ¿y si algunas de las creencias que seguimos a diario están más cerca del marketing que de la realidad?
¿Y si permitir ciertos hábitos tecnológicos “porque todos lo hacen” está teniendo efectos contrarios a los que imaginamos?
Este artículo es una invitación a parar, mirar con lupa lo que creemos sobre el uso digital infantil y, sobre todo, aprender a tomar decisiones con más conciencia, datos y sentido común.
Mitos frecuentes
Mito 1: “Ver vídeos estimula el desarrollo cognitivo”
“Mi hijo aprende inglés viendo dibujos en YouTube. ¿Qué daño puede hacer si son educativos?”
Aunque algunos vídeos pueden aportar vocabulario o exponer al niño a otros idiomas, el consumo pasivo no es la vía principal de aprendizaje en la infancia. El desarrollo se construye a través del juego simbólico, la interacción social y el movimiento corporal.
Un estudio en Pediatrics (American Academy of Pediatrics) muestra que los niños menores de 2 años que consumen vídeos diariamente tienen un retraso en el desarrollo del lenguaje frente a los que tienen más tiempo de juego libre y conversación real.
Ejemplo:
Martina, 4 años. Veía vídeos de animales “educativos” a diario. Sabía decir “giraffe” y “zebra” en inglés. Pero en clase, le costaba mucho mantener una conversación. Su maestra notó que imitaba frases de los vídeos, pero no sabía usarlas con sentido.
Mito 2: “Si el contenido es educativo, el tiempo frente a la pantalla no importa”
“Es un juego de matemáticas. Que juegue tranquilo mientras hago la cena.”
El tiempo sigue importando, incluso si la app es “educativa”. La exposición prolongada a pantallas (aunque sean didácticas) puede afectar el descanso, la concentración y el comportamiento.
Estudios del Child Mind Institute muestran que los niños que usan pantallas más de dos horas al día tienen mayor dificultad para regular sus emociones, menor tolerancia a la frustración y más problemas de sueño.
Ejemplo:
Andrés, 9 años. Jugaba con una app de lógica durante una hora y media cada tarde. Sus padres estaban tranquilos, ya que era educativa. Pero empezó a dormir mal, se irritaba cuando le pedían apagar la tablet, y su rendimiento escolar bajó.
Mito 3: “Los videojuegos violentos no afectan si el niño ‘sabe que no es real’”
“Mi hijo entiende que eso es ficción. No lo imita en la vida real.”
Aunque un niño diga que algo es ficticio, su cerebro aún está en proceso de maduración. La exposición constante a escenas de agresividad puede desensibilizar o normalizar respuestas violentas.
Un metaanálisis de la American Psychological Association concluye que la exposición frecuente a videojuegos agresivos está asociada con un aumento de conductas impulsivas y una reducción de la empatía en niños y adolescentes.
Ejemplo:
Tomás, 10 años. Jugaba a videojuegos “de tiros” con sus amigos. En el recreo, sus juegos empezaron a incorporar lenguaje hostil. En casa, se mostraba más nervioso y discutía bastante. Sus padres dijeron: “pero si es buen niño y sabe que eso no es real”. El problema no era que lo repitiera literalmente, sino que empezaba a reaccionar con menos empatía.
Mito 4: “Los niños necesitan tecnología para no aburrirse”
“El aburrimiento es malo. Así se entretienen.”
El aburrimiento no es un enemigo, es una oportunidad para el desarrollo creativo, la iniciativa personal y la capacidad de autorregularse. Si el niño nunca se aburre, tampoco aprende a pensar desde sí mismo.
Ejemplo:
Nora, 5 años, se enfadaba si no podía ver la tablet al llegar del cole. Cuando su familia empezó a ofrecer espacios vacíos sin dispositivos, al principio protestó, pero al cabo de una semana inventaba juegos con cojines y hacía títeres con calcetines viejos.
Mito 5: “Con saber tecnología, ya están preparados para el futuro”
El futuro no solo exige destrezas digitales básicas, como saber manejar tablets o jugar con apps. Lo realmente clave es desarrollar habilidades de pensamiento crítico para distinguir información verdadera de la falsa, entender el contexto digital, colaborar, comunicar con ética y adaptarse a cambios constantes. Ninguna aplicación o dispositivo por sí solo enseña todas estas competencias.
Saber usar una tablet para jugar no se compara con la capacidad de analizar contenidos, cuestionar fuentes o participar de manera responsable en el mundo digital, lo que se conoce como alfabetización digital. Estas habilidades requieren acompañamiento, educación y práctica continua.
Ejemplo:
Niños que manejan con destreza plataformas educativas o juegos digitales, pero que se frustran o no saben cómo colaborar en actividades grupales, evidenciando la falta de desarrollo en habilidades socioemocionales y pensamiento crítico, esenciales para el aprendizaje y la vida.
Un perfil privado no garantiza bienestar emocional ni seguridad total. Los riesgos no solo vienen de extraños, sino del contenido, la comparación constante o la necesidad de aprobación externa.
Ejemplo:
Una niña de 11 años con perfil privado en TikTok empezó a cambiar su forma de vestir y hablar para “gustar más”. Sus padres creían que estaba protegida porque “nadie desconocido podía verla”. Aunque un perfil sea privado, el niño o adolescente sigue estando expuesto a muchos peligros de la red, como la presión social, el acoso entre pares, la exposición a contenidos poco saludables o la internalización de estándares irreales. La privacidad técnica no sustituye el acompañamiento, la educación emocional ni el diálogo abierto sobre el uso responsable de las redes.
Aunque WhatsApp es una herramienta popular para organizar planes y comunicarse, no es el único medio para socializar ni la única vía para mantener amistades. La dependencia exclusiva de esta app puede limitar la creatividad social y generar ansiedad innecesaria en niños y adolescentes.
Además, la presión social para estar conectado constantemente puede afectar la salud mental y la capacidad de establecer relaciones cara a cara, que siguen siendo fundamentales para el desarrollo emocional.
Ejemplo:
Lucas, de 12 años, no tenía WhatsApp porque sus padres prefieren limitar su uso de redes sociales. Al principio, se sintió excluido porque muchos amigos usaban la app para organizar salidas. Sin embargo, sus padres lo ayudaron a buscar alternativas: llamar por teléfono, usar mensajes con supervisión u organizar encuentros en persona. Con el tiempo, Lucas desarrolló confianza para proponer actividades sin depender solo de WhatsApp.
Estrategias para favorecer un uso digital saludable
Promover un uso saludable de la tecnología no significa prohibirla, sino enseñarla con criterio. Aquí van algunas estrategias prácticas y muy efectivas.
1. Redefinir el “tiempo de pantalla” como calidad de pantalla
Pregúntate:
- ¿Qué está viendo o a qué juega?
- ¿Está siendo activo o pasivo?
- ¿Lo hace solo o acompañado?
- ¿Qué pasa cuando termina?
Ejemplo:
Valeria, 7 años, ve cortos sobre animales con su padre. Luego hablan sobre lo que aprendieron y dibujan juntos. El vídeo no es el centro, es un disparador de experiencias.
2. Acompañar, no solo supervisar
No basta con instalar un control parental. Lo esencial es estar ahí, preguntar, interesarse y conversar.
Frases útiles para el día a día:
- “¿Qué te gustó de ese juego?”
- “¿Qué crees que hubiera hecho el personaje si fuera real?”
- “¿Qué sentiste al ver ese vídeo?”
3. Crear rutinas tecnológicas con límites visibles
Los niños necesitan estructura. Define horarios claros, transiciones suaves y zonas libres de pantallas (por ejemplo, la mesa, la cama).
Ejemplo práctico:
- 17:30 a 18:00 – juego digital.
- 18:00 a 19:00 – juego libre físico o lectura.
- 19:00 – merienda y charla sin pantallas.
4. Fomentar el criterio digital desde pequeños
Enseña a los niños a hacer preguntas sobre lo que ven: ¿Quién lo ha hecho? ¿Por qué lo ha hecho? ¿Es verdad todo lo que dice? ¿Te hace sentir bien?
Actividad sugerida:
Haz una búsqueda crítica con ellos: “Vamos a buscar juntos cómo se hace un volcán en casa. ¿Cuál de estos vídeos es el más claro? ¿Cuál parece más real?”
5. Ofrecer alternativas al “pantallazo rápido”
Evita usar pantallas como única solución al aburrimiento. A veces, ofrecer otra opción real y concreta es suficiente:
- Caja de materiales de dibujo a mano.
- Playlist de cuentos en audio.
- Juegos tipo “veo veo” mientras cocinas.
- Involucrarlos en tareas: “¿me ayudas a preparar la ensalada?”
6. Introducir pausas activas y microdescansos
Establece pequeñas pausas durante el uso de pantallas. El cuerpo necesita moverse, y el cerebro infantil requiere cambios de estímulo para procesar la información.
Ejemplo práctico:
Cada 20 minutos de pantalla, proponed una actividad de 5 minutos: estirarse, hacer 10 saltos, ir a mirar por la ventana, inventar una historia con tres objetos de la habitación.
7. Crear un diario digital o mural de experiencias
Anima al niño a reflexionar sobre lo que ha visto o jugado. Puede ser en forma de dibujos, frases o collages.
Ejemplo:
Después de jugar a un juego de construcción, el niño dibuja su “ciudad” en papel y le pone nombre. Al ver un vídeo sobre animales, escribe tres datos curiosos y los pega en una cartulina.
8. Transformar intereses digitales en juegos offline
Lo que les apasiona en lo digital puede trasladarse al mundo real.
Ejemplos:
- Vídeos de dinosaurios: hacer una excavación con plastilina.
- Videojuegos de aventuras: crear un mapa del tesoro en casa.
- Grabar vídeos: inventar un programa de radio en familia.
9. Hablar abiertamente de los riesgos sin alarmismos
Evita frases como “¡eso es peligroso!” sin explicación. Fomenta una actitud de confianza para que el niño pueda acudir a ti si algo lo confunde.
Frases útiles:
- “Si ves algo raro o que no entiendes, puedes venir y lo vemos juntos.”
- “No todo lo que sale en internet es verdad. Vamos a aprender a detectarlo.”
10. Ser ejemplo: que vean cómo usas tú la tecnología
El ejemplo adulto es lo que más influye. Si el niño ve que los adultos consultan el móvil en la comida, lo normalizará. Si ve que apagas la pantalla para leer o conversar, entenderá que también puede hacerlo.
Idea:
Ten un rincón sin pantallas donde toda la familia deje sus dispositivos durante ciertos momentos del día (desayuno, cena, lectura nocturna).
Conclusión
No se trata de prohibir las pantallas ni de culpar a los padres que las usan. Se trata de entender cómo impactan, cuándo suman y cuándo restan.
En un mundo que evoluciona rápido, lo más valioso no es que nuestros hijos sepan usar un dispositivo, sino que aprendan a pensar por sí mismos, regular su atención y elegir con sentido.
Educar con tecnología no es solo permitir o prohibir, sino enseñar a discernir. Y eso solo se logra con presencia, criterio y amor.