La infancia antes de lo digital
Hubo un tiempo en el que las cartas perfumadas, los sobres decorados y las pegatinas del recreo eran tesoros únicos. Éramos el “mando a distancia” de la televisión familiar y compartíamos tardes viendo series como Médico de familia o La familia crece. La merienda sabía a bollería clásica y los veranos eran sinónimo de primos, bicicleta y juegos interminables en la calle.
El valor de la vida en comunidad
En los pueblos, la solidaridad también marcaba nuestra niñez. Familias enteras salían a sofocar los incendios de verano con cubos y palas, no por obligación sino por amor a su tierra. Una muestra de cómo la unión vecinal siempre ha sido más fuerte que cualquier campaña política.
La llegada del móvil e internet
Nuestra generación fue testigo de un cambio radical: el primer teléfono móvil, las tardes de Messenger con sus inolvidables zumbidos y las discusiones familiares por el uso del ordenador. Una época de descubrimientos, pero también de ansiedad por estar siempre conectados.
Nacer dentro de la jaula digital
Hoy, las nuevas generaciones han crecido directamente en un entorno digital. Como apunta este artículo en El País, han nacido en la “jaula” de las pantallas. Quienes vivimos la transición, sin embargo, aún recordamos lo que hay fuera de ella y sabemos que se puede vivir de otra manera.
Conclusión: la nostalgia como lección de vida
Nuestra nostalgia no es solo un recuerdo dulce, es un recordatorio de que hubo una vida más libre, más física y más auténtica. Una vida donde lo importante era compartir tiempo cara a cara, jugar en la calle, escribir cartas y disfrutar de los silencios sin notificaciones.
La generación que creció entre lo analógico y lo digital tiene una ventaja: sabe lo que significa vivir dentro y fuera de la pantalla. Y ese conocimiento es un tesoro que no deberíamos perder, porque el futuro necesita recordar que lo humano siempre estará por encima de lo virtual.