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¿Qué hicieron los adolescentes durante el apagón? Juegos de mesa, libros y paseos sin pantallas

En un mundo dominado por pantallas, un inesperado apagón masivo ocurrido el 28 de abril en España obligó a miles de familias a desconectarse por completo. La periodista Olga Pereda, en su crónica para El Periódico, recogió una imagen insólita: adolescentes sin móviles que, lejos del colapso, redescubrieron una forma de vida que parecía perdida —la de sus padres— a través de juegos de mesa, paseos por el barrio y libros de papel.

Durante varias horas sin electricidad, sin wifi ni redes sociales, los jóvenes demostraron algo sorprendente: no solo resistieron la desconexión, sino que la vivieron como una experiencia positiva. Ni ansiedad ni aburrimiento excesivo. Lo que ocurrió fue, para muchos, una pequeña revolución analógica.

El regreso del Risk y otros juegos “de antes”

Roberto, padre de tres hijos de 9, 16 y 19 años, recuperó del armario el clásico Risk, ese juego de estrategia olvidado bajo el polvo. Lo que comenzó como una actividad improvisada acabó siendo una de las mejores tardes familiares en mucho tiempo. Jugaron primero con luz natural y terminaron a la luz de las velas.

“Fue divertido, muy divertido. Jugamos en familia algo que jamás habríamos hecho si hubiera habido conexión”, explica.

Mientras cocinaba sopa en la cocina de gas, Roberto observó algo que pocos esperan de la llamada “generación pantalla”: sus hijos no solo se adaptaron bien, sino que lo disfrutaron. “Si hubiéramos tenido luz y wifi, probablemente cada uno habría estado en su mundo”, admite.

Manualidades, libros y creatividad casera

En Madrid, Cristina y Ana, de 12 y 10 años, improvisaron su propia versión del Scattergories con papel y lápiz. Luego sacaron sus kits DIY y se pusieron a hacer pulseras con gomas de colores. Cuando la luz empezó a caer, cambiaron las manualidades por la lectura: Asesinato para principiantes para Cristina, La escuela del bien y del mal para Ana.

“No quise salir a la calle porque no funcionaban los semáforos”, comentó Cristina, que prefirió quedarse en casa leyendo.

Lejos de las pantallas, estas hermanas descubrieron una tarde tranquila, creativa y, sobre todo, sin prisas.

Volver a llamar a gritos: la generación que salió a la calle

Adriana, de 16 años, decidió buscar a su amiga Rebeca sin WhatsApp ni telefonillo. Caminó hasta su portal y la llamó a gritos, como hacían sus padres en los 80. Salieron a dar una vuelta y acabaron encontrándose con otros amigos del barrio que habían tenido la misma idea.

“Me hizo ilusión hacer lo que hacía mi padre de joven: pasear, comer pipas y hablar”, cuenta Adriana, quien incluso confesó que no le importaría repetir un apagón así.

Cuando se apaga el wifi, se enciende la vida real

El gran apagón no solo dejó a oscuras los hogares, sino que iluminó una verdad que muchos adultos olvidamos: nuestros hijos son capaces de adaptarse, disfrutar y conectar más allá de una pantalla. Bastó cortar la electricidad para que resurgieran las conversaciones, las risas compartidas, los libros con olor a papel y el viejo placer de jugar cara a cara.

Lejos del catastrofismo, esta desconexión obligatoria sirvió como recordatorio: la tecnología suma, pero no debe sustituir lo esencial. Y lo esencial, a veces, es tan simple como sentarse a jugar en familia o salir a pasear sin rumbo ni notificaciones.

Quizás no deseemos otro apagón, pero sí deberíamos plantearnos provocarnos, de vez en cuando, una pequeña desconexión voluntaria.